24 junio-6 julio
La visita a Cuba era un momento muy especial de nuestro viaje. No sólo teníamos muchas ganas de conocer la isla caribeña, sino que además allí íbamos a encontrarnos, después de siete largos meses, con César, Cris, Josemi y Sergio. ¡¡Venían a vernos desde España!! 🙂
Nosotros llegamos unos días antes, el 24 de junio, así que nos tocó hacer el reconocimiento del terreno. Eso sí, tuvimos una guía maravillosa: Ely, una cubana divertidísima amiga de mi tía que se desvivió por hacernos sentir como en casa, nos llevó a todos lados, nos contó mil historias interesantes y ¡hasta consiguió que bailásemos salsa! La entrada en Cuba ya nos había descubierto otro mundo, con un interrogatorio surrealista de más de media hora en la aduana, donde nos preguntaron los países que habíamos visitado para llegar allí (cuando se le acabó el espacio, allá por Australia, el oficial nos miró con cara rara y nos soltó, medio en serio medio en broma, si estábamos “huyendo de España” por algún motivo) y hasta qué libros llevábamos… ¡y de qué trataban! (“pues uno de asesinatos y el otro no lo hemos leído aún”, así, poniendo carita de buenos). Esta sensación de estar en un país único se fue confirmando cada día.
Con Ely fuimos descubriendo un montón de cosas sobre Cuba y los cubanos, la cantidad de prohibiciones a las que ha ido recurriendo el gobierno para que los ciudadanos hagan lo que “deben” (que utilizan los barcos pesqueros para huir de la isla, pues se ponen mil barreras a la pesca y nadie puede pescar; que se especula con la vivienda, pues prohibido comprar casas ni coches; que la gente no quiere vivir en el campo, pues se hace imposible mudarse a la ciudad sin un trabajo y una casa, que recordemos que no puedes comprar sino permutar). Dicen que las cosas están cambiando en los últimos años (por ejemplo, se acabó la absurda condena a la homosexualidad), pero que van demasiado despacio y la gente está cada vez más cansada. Sólo como ejemplo, de todos los países que hemos visitado, Cuba es el único en el que hemos tenido muchísimos problemas para conectarnos a Internet, allí apenas hay wifis y el acceso a la red es inexistente o tan caro que ni siquiera un turista puede permitirse conectarse con tranquilidad (a no ser que esté dispuesto a pagar 8 dólares la hora…)
Tras los primeros días de inmersión cultural cubana, llegó el felicísimo reencuentro con el cuarteto logroñés. Es genial volver a ver a alguien y que parezca que no ha pasado el tiempo, sentirte igual de a gusto a un lado u otro de un océano enorme, reírte de las mismas cosas de siempre o de otras nuevas que acabas de compartir y, en fin, disfrutar a fondo de los amigos tras siete meses lejos. Chicos, no sabéis lo que os agradecemos la visita 🙂
Ya los seis juntos, nos lanzamos a descubrir la capital.
LA HABANA
Vieja, destartalada, calurosa y húmeda, y sin embargo tan atractiva, cautivadora y cálida que se hace un hueco en tu corazón para siempre. La Habana es una ciudad diferente, que parece detenida en el tiempo y que sin embargo se mueve, al lento ritmo caribeño, pero con ese son sabroso, constante y armonioso que sólo puede existir en Cuba. Yo creo que La Habana hace que te baile algo por dentro. Te lleva en sus almendrones, esos coches de los años cincuenta en los que puedes desplazarte de un barrio a otro por medio dólar, te conquista con sus “hola mamita” sonrientes, sus “habanoscohíbas” susurrados a la vuelta de cada esquina y sus regateos con gracia en dos monedas diferentes y simultáneas, te repone fuerzas en sus paladares escondidos en casas particulares (sí, en el segundo piso de ese edificio que parece desmoronarse), donde comes mirando al tendedero de ropa multicolor y a la telenovela que resuena a tu espalda… Y, cada día, después del trajín, te devuelve al hotel, atravesando callejas donde suena música y hablan los vecinos (si hay suerte justo a tiempo de esquivar el aguacero de la tarde) para que descanses, busques (una vez más y seguramente sin éxito) el mejor mojito de La Habana y te prepares para el nuevo día, “mi amol”, que te sorprenderá con mil historias diferentes.
Pasamos cuatro días geniales dejándonos seducir por la ciudad y alucinando con sus peculiaridades: el Memorial Gramma y el Museo de la Revolución y su curiosa visión de la realidad, donde los buenos son barbudos, fuman puros y llevan trajes militares y los malos ondean banderas con barras y estrellas; los riquísimos y baratísimos helados del Coppelia (¡naranjapiña para todos!); el barrio chino con sólo cinco chinos de verdad y muchos cubanos disfrazados de chinos; el sabor tan distinto de cada plaza (la de la Revolución, la de Armas, la Vieja, la de San Francisco, la de la Catedral…); las vistas desde la Torre Focsa; el ordenado barrio de Miramar; el grandioso Capitolio; la decrépita y maravillosa Habana Vieja; el Cementerio de Colón que tan bien nos enseñó Héctor, el cortador de setos más animado del camposanto; el Malecón, las embajadas y edificios oficiales… Y las calles y callejones y patios y, en fin, todos los rincones de esa Habana infinita.
VARADERO
El día 1 de julio nos mudamos a la otra Cuba. A la que no es muy cubana pero que todo el mundo visita. La estrecha lengua de arena rodeada de mar azul que es Varadero, llena de hoteles y resorts con todo incluido, no deja de ser un paraíso donde disfrutar de la playa, el sol y, en general, de la vida tranquila y sosegada donde sólo con mostrar la pulserita puedes comer y beber todo lo que quieras. Los que hayáis leído nuestro aclamado post de Trucos rapiñeros imaginaréis nuestra felicidad al poder hacer acopio de alimentos varios sin pagar ni un duro 😛
TRINIDAD Y CIENFUEGOS
Un día, volviendo de un paseo a Varadero pueblo, vimos un almendrón grandote a la puerta del hotel de al lado. Tras charlar con el conductor, Chuchi, y su mujer, Rosita, decidimos irnos con ellos de excursión a Trinidad y Cienfuegos, dos pueblos de estilo colonial en la zona centro-sur de la isla. El viaje fue genial, quizás con la excepción de nuestros culos, que acabaron algo maltrechos del traqueteo… Pero no nos importó porque nos encantaron las visitas (sobre todo Cienfuegos) y el paisaje de los pueblos y las montañas desde el coche, aprendimos que hay mucha “mala hembra y fracasada” y que mola “bailar contigo sin calzoncillos y sin calentito” aunque “no te quieras subir a mi Chevrolet”, compramos (compraron…) la mitad de la producción de tallas de madera de la isla, descubrimos que teníamos un color estupendo (:P) y nos reímos muchísimo.
Más allá de esta escapada, el resto de los días en Varadero transcurrieron entre vuelta y vuelta en la tumbona, kayak que te da agujetas a los cinco minutos, snorkel entre peces, erizos de mar y niños balseros, espectáculos de animación lamentables, vaciles de l@s camarer@s y muuuucha limonada 🙂 Pero todo lo bueno acaba y el 5 de julio llegó casi sin darnos cuenta. La despedida fue tristona pero habíamos pasado unos días tan buenos que me parece que en el fondo todos nos llevábamos un montón de sonrisas en la maleta. Bueno, y algún@s muchos kilos de tallas de madera, imanes a puñados y unos cuantos puros, claro… 😉
Nosotros cogimos nuestras queridas mochilas y pasamos la noche en el aeropuerto. Nuestro vuelo de vuelta a México D.F. salía a primera hora de la mañana. Las legañas no nos dejaron preverlo, pero se avecinaba un re-recibimiento nada agradable en el país de los mariachis…
Más fotos de Cuba en nuestro álbum de Flickr, aquí