Volvimos a Australia con la idea de intentar trabajar durante un par de semanas y recuperar algo de dinero (cogiendo fruta se ganan unos 18 o 20 AUD la hora), mientras subíamos hacia el norte para acabar nuestro periplo ‘aussie’. Así que los dos primeros días en Brisbane los pasamos organizándonos, buscando información de granjas y pueblos y decidimos irnos a Bundaberg, ese gran lugar.

BUNDABERG
Bajamos del tren, entramos a un hostel justo frente a la estación y ya nos dejaron claro que ‘no visa, no work’. Aun así decidimos quedarnos un par de noches para probar suerte. Mala elección. Nos dimos cuenta al subir a la habitación-leonera donde una de nuestras camas ni siquiera tenía colchón… El hostel (Federal Backpackers, para más señas, aunque el que había enfrente tenía la misma pinta) estaba en un edificio como del Oeste, con balcones largos de madera, pero en vez de vaqueros parecía que lo había tomado el rebaño de vacas: todo estaba revuelto, viejo, la cocina siempre sucia… Y Bundaberg, Bundy para abreviar, pues no tenía ningún interés en absoluto y las granjas estaban todas en el quinto pino, así que no podíamos ni ir a pedir trabajo, eran los hostels los que movían el cotarro y traficaban con los backpackeros currantes. En fin, tras perder dos días, el 29 de abril pusimos pies en polvorosa y huimos hacia el norte.

AGNES WATER Y TOWN OF 1770
Como viajábamos en tren porque teníamos bono, sólo pudimos ir hasta Miriam Vale, a 30 km de nuestro destino final, que era Agnes Water. Tocaba hacer autoestop y un par de coches nos llevaron hasta allí sin problemas (un par de colgados hasta el cruce de la carretera principal y un joven majete macarrillla a continuación). Ayyy, fue la vuelta al buen rollo australiano, hostel con terracita, playa, paseos en bici, picnics y barbacoa, una jarrita de cerveza al aire libre… ¡Y buceo con bombona en Lady Musgrave, una islita preciosa junto al arrecife de coral! Fue una excursión de un día genial, nadando entre pececillos con esa maravillosa sensación de poder respirar bajo el agua, moverte por el fondo del mar como si no pesaras y sin oír nada más que tu respiración…

CAIRNS
Aunque el paraíso de coral quería atraparnos, el 3 de mayo volvimos a hacer autoestop a Miriam Vale (señor barbudo con su perro en pick-up típica que nos llevó hasta la estación pese a que vivía varios kilómetros antes) y nos subimos a un tren lleno de Sheilas en pijama (palabra australiana para una especie de versión ‘aussie’ del ama de casa choni) hasta Cairns. Este pueblo acogedor con aire tropical nos sirvió de refugio para los siguientes cuatro días. Los pasamos bañándonos en la chulísima Esplanade Lagoon (una laguna artificial de agua salada en pleno centro), disfrutando del buen tiempo en la terracilla común del hostel, cocinando, paseando por el ‘rainforest’, los ‘salt lakes’ y los jardines botánicos, escribiendo postales y leyendo en la piscina.

CAIRNS-BRISBANE-SÍDNEY
Con penilla de dejar Australia, el día 8 de mayo a las 8 de la mañana nos dispusimos a ir al aeropuerto… que estaba en Sídney, a unos 2.500 km. Nada, un paseíto que duró más de dos días completos, así todo seguido: 24 horas en tren a Brisbane, 5 horas de espera allí, 3 horas en bus de enlace hasta Casino y 14 horas en el tren hasta Sídney, a donde llegamos a las 9 de la mañana del día 10 de mayo. El vuelo era a las 8 de la tarde así que aún tuvimos que hacer tiempo por la ciudad hasta ir al aeropuerto… Y ya no quedaban más que 12 horas en el avión a Beijing, 5 horas en el aeropuerto chino y otras 10 horas volando de Beijing a San Francisco… No sabemos cómo pero al final sobrevivimos para pisar terreno estadounidense y pudimos dormir, por fin, ¡en una cama! Pero eso es otra historia, no adelantemos acontecimientos…