DÍA UNO
A las nueve de la mañana empezamos nuestra aventura, desde Rurrenabaque, el grupo formado por el chófer de un destartalado todoterreno, nuestro guía (Víctor), un cocinero (Tomás), una pareja de turistas holandeses (Jerome y Jennifer), un suizo (Thomas) y unos servidores. No se podía ser más multicultural. Tras más de una hora buscando gasolina por toda la ciudad (si la única gasolinera en muchos kilómetros a la redonda se queda sin gasóleo es una señal muy mala), finalmente, a las diez nos pusimos en marcha con los depósitos llenos.El día había amanecido algo nublado y, para cuando llegamos a Santa Rosa a la hora de comer, el tiempo ya se había estropeado del todo y había empezado a llover, convirtiendo el camino de tierra en un barrizal.
Después de comer cambiamos a un bote para seguir el viaje. Afortunadamente ya había dejado de llover y los chubasqueros de plástico que nos compramos una hora antes no nos hicieron mucha falta.
El viaje en bote hasta el campamento duró unas tres horas y por el camino pudimos ver una gran cantidad de caimanes, monos, aves, capibaras (que son unos mamíferos graciosísimos muy parecidos a los wombat australianos) y los famosos delfines rosas. No pudimos verlos bien, ya que eran un poco tímidos y sólo asomaban el morro, pero a mi me parecieron un poco feos y no muy rosas.
Ya en el campamento, entramos en calor con un café y una rica cena y, tras pasar un agradable rato hablando entre todos, nos fuimos a descansar esperando poder ver alguna anaconda al día siguiente.
DÍA DOS
Dormir más allá de las seis de la madrugada es casi imposible en este lugar, a partir de esa hora una sinfonía de aullidos de monos, pájaros y caimanes de la zona inundan el hasta entonces tranquilo y placentero sueño.
A las 9 nos pusimos en marcha y fuimos en busca de anacondas. Durante más de dos horas anduvimos por mitad de zonas pantanosas y llenas de vegetación sin nada de suerte. Lo único interesante que vimos fueron los restos esqueléticos y en descomposición de una vaca y una capibara… Cuando avanzábamos por un pantano con el agua casi hasta la rodilla por fin descubrimos una pequeña anaconda de dos metros de largo. Allí mismo, nuestro siempre-optimista-y-dispuesto guía Víctor, nos la mostró y nos contó distintas peculiaridades de estos animales. No era un bicho tan grande como los que se ven en los documentales pero impresionaba mucho, sobre todo cuando se defendía y se retorcía por el palo y lanzaba algún que otro mordisco al guía.
Por la tarde, animados después de la exitosa marcha matutina, nos fuimos a pescar pirañas. La idea era pescar algunas lo suficientemente grandes para la cena, pero la tarde fue mucho menos exitosa y tan sólo logramos una en las casi dos horas que estuvimos pescando. La cosa no era tan fácil como parecía, había que poner un trozo de carne cruda en el anzuelo y esperar a que la piraña lo mordiera, entonces tirar y sacar el anzuelo y al pez que lo debería haber mordido. Durante dos horas me dediqué a alimentar a todos los peces que decidieron acercarse a mi anzuelo, sólo una vez al final de la tarde logré pescar algo, una sardina, tan pequeña que decidí devolverla al río a que siguiera con su tranquila vida de pez. El resto del grupo tuvieron más suerte que yo con varias capturas aunque no lo suficientemente grandes como para servirnos de cena. Amaya pescó también varias pirañas y algunas sardinillas que acabaron de vuelta al agua.
De regreso al campamento paramos para ver atardecer y tomarnos una cervecilla. Fue uno de esos momentos inolvidables del viaje que tanto se recuerdan: sentados en un banco de madera, en mitad de un paisaje increíble junto al río, con el único sonido de los pájaros y viendo como se escondía el sol por el horizonte, creando un cielo de colores naranjas, violetas y amarillos intensos.
A la hora de la cena (con vino y cerveza para celebrar nuestra última noche) me dejaron el ‘honor’ de partir la piraña, según decían por haber sido yo el que descubrió la anaconda de la mañana, aunque más bien creo que fue por haber sido el que menos peces había pescado esa tarde. La tarea no fue nada fácil, parecía más bien una disección, ya que el dichoso pez no tiene más que espinas y muy poca carne que cortar. De sabor no estaba mal, me recordó un poco al pez gallo, aunque si me hubieran dicho que sabia a pollo también me lo hubiera creído, ya que apenas había carne para hacer una cata en profundidad.
Por la noche nos fuimos a dar una vuelta en bote con la excusa de ver la fauna nocturna a la luz de la luna. Armados de linternas pudimos ver muchos ojitos de caimán brillando en la oscuridad (un curioso efecto que se produce debido a la doble retina que tienen… eso dicen), luciérnagas y alguna capibara despistada; no pudimos ver ningún jaguar esta vez.
DÍA TRES
A las seis de la mañana y con legañas aun en la cara nos fuimos a ver amanecer y escuchar los ruidos de la selva al comenzar el día (los grupos de monos llenan la mañana con aullidos y gritos para marcar su territorio, las capibaras se acercan al río en familia, los caimanes y aves están en plena faena matutina).
En uno de los recodos del río donde encontramos algún delfín (de los rosas) hicimos un último intento de nadar junto a ellos pero, según nos contó nuestro guía, en esta época del año no suele haber muchos, y además los dos que había eran un poco antisociales y no hicieron ni un acercamiento. Así que nos fuimos a freír castañas.
A la vuelta, tras el desayuno, tocó hacer de nuevo las maletas y poner punto y final a nuestra experiencia en las pampas.
Nos volvimos muy contentos de haber escogido esta excursión, habiendo cumplido con nuestras expectativas de conocer una parte de la zona natural de este país y no haber muerto en el intento.
Más fotos de Bolivia en nuestro álbum de Flickr, aquí.
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Que envidia…..es una pasada lo que estais haciendo…..felicidades a los dos…..beeeesos.
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Muchas gracias… tu ya has visitado este año la India y creo que ya te ha empezado a picar la curiosidad como a nosotros, creo que será cuestión de tiempo que lo hagas tu. Un abrazo
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