No es sólo que Nueva Zelanda sea un país precioso. Es que te pasas el día diciendo «¡buf, qué bonito!» (y sinónimos varios) tras cada curva de la carretera. Y yendo por la carretera es precisamente la mejor forma de disfrutar de esta isla que parece sacada de un cuento. Pero vayamos por partes.
CHRISTCHURCH
Volábamos a Christchurch el día 13 sabiendo que la ciudad había sufrido un terremoto dos meses antes. Nos habían dicho que había daños importantes todavía y que la ciudad estaba muy afectada. Pero no fuimos conscientes hasta que el bus del aeropuerto nos dejó junto a un parque precioso, varias calles antes de lo que pensábamos. Cuando intentamos llegar a nuestro hostel (justo en el extremo opuesto de la ciudad) descubrimos que no es que haya edificios dañados y precintados, sino que todo el centro de Christchurch está cerrado con vallas. Para los que conozcan la ciudad, el enorme rectángulo entre Cambridge Tce, Salisbury St, Fiztgerald Ave y Asaph St está absolutamente prohibido para peatones y coches, y sólo entran dentro de ese perímetro el personal, los camiones y la maquinaria de demolición. De controlar cada cruce con entrada a la zona catastrófica se encarga una patrulla militar, con garitas de campaña en la misma carretera, entre carteles de ‘keep out’ y ‘danger’. Así está la cosa. Nos impresionó muchísimo lo que vimos desde fuera y lo que pudimos intuir del interior, las casas destrozadas, rascacielos torcidos desde los cimientos, negocios abandonados tal cual, con los toldos puestos, el genero en el interior, por el suelo o pudriéndose en los estantes. Lo mejor, sin duda, como suele pasar ante la adversidad, era la gente. Nos saludaban sonriendo (no tienen muchas visitas desde el terremoto), se paraban para preguntarnos si podían ayudarnos, nos indicaban, nos decían lo bonita que era antes su ciudad y hasta llamaron por teléfono para ayudarnos a buscar un sitio de alquiler de coches abierto. Porque eso fue lo que habíamos decidido tras dos noches en Christchurch: lanzarnos a recorrer la isla por nuestra cuenta.
LAKE TEKAPO-WANAKA
La tarde del 15 de abril nos subimos a nuestra estupenda furgoneta-mini casa con dibujillos del coyote y el correcaminos y avanzamos hacia el sur (y el frío) haciendo noche en Fairlie. Por la mañana, serpenteando entre lagos y praderas kilométricas, llegamos al Lake Tekapo, que tiene un agua de color azul turquesa lechoso muy peculiar (es porque procede de un glaciar que llevaba polvo de roca). De allí nuestra furgo (a la que bautizamos Mickie) sufrió subiendo montañas de color ocre por Lindis Pass, para llevarnos a Wanaka, un pueblo muy bonito de casitas bajas, rodeado de colinas verdes y junto a un gran lago que le da nombre.
ARROWTOWN-QUEENSTOWN
El día 17 reemprendimos ruta hacia el sur, hacia Queenstown. El camino era una pasada, con árboles de todos los colores del otoño, del verde al rojo, amarillos, naranjas… La entrada al valle de Arrowtown es increíble, porque este pequeño pueblecito minero está agazapado entre bosques y montañas. Allí hicimos una parada, nos tomamos unos cuantos tés y cafés ‘bottomless’ y afrontamos con energía el último tramo a Queenstown, la ciudad especializada en actividades de aventura… Aunque al llegar nosotros era más bien la ciudad del frío polar, el viento helador y la lluvia finita que pincha. Y encima, por la noche nevó. La cosa estaba tan mal que optamos por tirarnos de un puente… ¡¡Aunque primero nos atamos los pies y fue increíble!! 🙂 Además, para el día siguiente planeamos otro de los grandes momentos del viaje: la excursión a Milford Sound.
MILFORD SOUND
Con la nieve, el frío (esa noche tuvimos 3 grados dentro de la furgo y salía vaho al respirar) y los problemas de Mickie para subir puertos a más de 40 km/h, decidimos coger un bus+barco para ver los fiordos de Milford Sound. Pasamos la noche aparcados en un hostel para poder disfrutar de la cocina calentita, y el día 18 tocó madrugar. El camino hacia la zona de los fiordos es precioso desde el principio y comienza a convertirse en espectacular a partir de Te Anau. La carretera avanza flanqueada por montañas y bosques como selvas, con decenas de cascadas salpicando las laderas, riachuelos, lagos… La salida del Homer Tunel es impresionante: de pronto te ves rodeado por todas partes por el Cleddau Valley y sus montañas negras. Al llegar a Milford ya estábamos alucinando y todavía faltaba el recorrido en barco. Hacía frío y lloviznaba, pero el paseo por los fiordos fue una maravilla, entre cataratas altísimas, acantilados verdes, focas y hasta delfines. Tras la vuelta en bus, recogimos a Mickie del hostel y emprendimos camino hacia Wanaka bajo una luna llena que iluminaba más que los faros del coche.
FOX GLACIER Y FRANZ JOSEF GLACIER
El día 20 retomamos la marcha haciendo un par de paradas en cascadas y rápidos y en una playa de arena negra y trozos de madera blanca que parecía sacada de otro mundo. Llegamos a Fox justo a tiempo de hacer el paseo hasta la lengua del glaciar antes de que anocheciera, pasamos la noche acampados junto al lago Mapourika (que estaba increíblemente bonito al amanecer) y por la mañana hicimos dos recorridos por el otro glaciar, Franz Josef. Caminar por esos cauces enormes y secos del río, cubiertos de piedras casi plateadas, con las montañas verdes alrededor y, al fondo, la masa de hielo azulado reluciendo al sol, te hace darte cuenta de lo poderosa que es la naturaleza, lo grande que es el mundo y lo pequeñajo que eres tú.
AKAROA
El mismo día 21, tras ver Franz Josef, seguimos avanzando hacia el norte, primero paralelos a la costa, con parada en el bonito pueblo de Hokitika para comer, y luego entre montañas para cruzar Arthur’s Pass hacia Christchurch. Dormimos en uno de esos pueblos de carretera con tres casas y otros tantos restaurantes (se llamaba Springfield y tenía un donut rosa hecho con una rueda de camión con su plaquita conmemorativa y todo) y al día siguiente completamos el viaje hasta la península de Akaroa, por unas carreteras entre colinas verdes dignas de Hobbitton. En este pueblecito costero, sosegado y de clima cálido, transcurrieron con calma nuestros últimos días en Nueva Zelanda. El 24 de abril devolvíamos con pena nuestra furgo en Christchurch y nos despedíamos de este país y sus inolvidables paisajes.