No teníamos muy claro que fuésemos a entrar en los todopoderosos USA… En Sídney no nos querían dejar volar porque no teníamos billete de salida, pero convencimos a la chica de Air China y nos dio las tarjetas de embarque hasta Beijing. Allí tuvimos que esperar hasta que abrieron el check-in y por fin nos dieron las del vuelo Beijing-San Francisco, ¡escritas/dibujadas a mano! Debía ser una cosa normal porque embarcamos sin problemas en el enorme avión de United, cruzamos el Pacífico y llegamos a SFO con más de tres días de viaje a nuestras espaldas (literalmente) y un descontrol horario descomunal. Nótese que salimos de Beijing a las 12.00 de la mañana hora china y llegamos a San Francisco (10 horas después) y eran las 9 de la mañana ¡de ese mismo día! Vaya, que llegamos antes de salir aunque para nosotros ya había pasado un día entero. Sí, un lío… El caso es que la entrada en Estados Unidos fue muy sencilla, no nos preguntaron por el billete de salida, no nos llamaron ‘dishonest’ ni nada y por fin atravesamos una gran puerta con el cartel ‘Welcome to San Francisco’.
SAN FRANCISCO
Sólo pasamos cuatro días en esta ciudad increíble, aunque bastaron para que nos enamoráramos perdidamente de las casitas con escaleras de incendios, las calles empinadas por las que hicimos como 40 kilómetros andando, sus divertidos habitantes, la comida orgánica y las hamburguesas con queso, los tranvías, el enorme Golden Gate Bridge, la famosa Alcatraz, los muelles, los leones marinos, el barrio gay, el de la ‘beat generation’, la zona italiana o Japan Town, las plazuelas al solecillo, las pintadas y murales, las tiendas de segunda mano y las ventas de garaje, los parques para hacer picnics, el ambiente y sabor latino… Volvimos a escuchar coversaciones en español a nuestro alrededor y descubrimos que sí, que sabíamos inglés, a pesar de la desesperación comunicativa australiana. Nos marchamos a lo grande, tras la surrealista carrera del Bay to Breakers y un paseo por Haight-Ashbury, el barrio de los hippies y la psicodelia, aunque con pena de no poder quedarnos unos días más, unos meses, veinte años…
LOS ÁNGELES
Todo el mundo lo dice y, efectivamente, Los Ángeles resulta decepcionante. Pero ¿cómo vas a ir a la Costa Oeste y no visitar L.A.? Lo cierto es que, pese a la contradicción lingüística, Los Ángeles es una ciudad desangelada. Le falta alma y carácter, es dispersa y cansina para el viajero y la infraestructura turística se limita a los obvios autobuses para ver casas de famosos, el museo de cera y los Estudios Universal. En el fondo nos queda una sensación extraña de que, quizás, si hubiéramos escarbado un poco más, si nos hubiera dado tiempo a ir a ese museo que cerraba a las cinco (los horarios tampoco son el punto fuerte de la ciudad…), si el viento no hubiera sido tan frío y hubiéramos podido sentarnos tranquilamente en la playa, si hubiéramos recorrido en coche ciertas zonas más alejadas…
Y aun dicho todo esto, hay algunos detalles que brillan entre el resto. Rodeo Dr no impresiona tanto si has recorrido, por ejemplo, Passeig de Gràcia, pero si sigues subiendo por Beverly Hills hacia Sunset Blv hay casas alucinantes igualitas que las de las pelis; Santa Mónica es pijo y comercial, pero pasando el muelle está Venice Beach, un lugar hippie, orgánico y relajado con un sabor muy especial; Hollywood es una trampa para turistas sin el glamour que uno se imagina y la estrella de Marilyn queda justo en la puerta de Mc Donalds, pero las huellas del Chinese Theatre son muy curiosas, puedes ver escenarios de cine, pisar el famoso Walk of Fame, ver tiendas ‘vintage’ y cincuenteras o alucinar con los souvenirs y los museos más ‘kitch’. Y, si aun así la cosa no te convence, pues siempre puedes coger la mochila como hicimos nosotros y subirte al siguiente bus de Greyhound hacia otro icono estadounidense: ese lugar donde todo el mundo dice que tengas cuidado de no meterte en líos o jugarte hasta los calzones: la brillante y única Las Vegas.
LAS VEGAS
Porque, desde luego, Las Vegas no decepciona. Las expectativas de esta ciudad se cumplen y hasta se superan. Todos los pecados se desparraman por sus calles sin miramientos (grupos de cristianos te lo recuerdan con sus carteles por si no te habías dado cuenta) y en cada esquina, entre licorerías, locales de striptease, restaurantes, bares y casinos, claro, te ofrecen ‘girls in your room in 20 minutes’. Luces y más luces anuncian premios millonarios y espectáculos de todo tipo, desde comedia a bailes eróticos, la bebida se vende en vasos gigantes, tubos de una yarda y hasta guitarras de juguete vacías, y los casinos son como palacios inmensos de varios edificios temáticos, con decorados dignos de superproducciones cinematográficas, con fuentes, acuarios, zoológicos, lagos, montañas rusas y hasta circos y leones en el interior. En la zona norte del famosísimo Las Vegas Boulevard, junto a la enorme torre Stratosphere, se suceden las capillas de boda, horteras como todo lo demás en esta ciudad orgullosa de sus excesos y su surrealismo. Pasamos dos días boquiabiertos y ojipláticos, intentando asumir que todo aquel despliegue de consumismo y juerga era real y estaba allí concentrado en una sola calle, en mitad del desierto. Bueno, eso y disfrutando por primera vez en mucho tiempo de una habitación en un hotelazo-casino con spa y todo por la mitad de lo que habíamos pagado en la mayoría de hostels hasta ese momento. Estas cosas sólo pasan en Las Vegas.
SAN DIEGO
El día 20 nos movimos de nuevo e hicimos noche en un bus hasta San Diego. La última etapa en Estados Unidos, que ya tenía sabor mexicano, fue muy tranquila. Disfrutamos con calma del animado Gaslamp Quarter, el curioso aire castellano del Balboa Park, las galerías de arte (queríamos robar el original de Jim Lee con los villanos de Marvel), Coronado Island y sus playas inmensas y el barrio italiano, donde estaba nuestro hostal, que era una casita (con la genial Juliet como madre incluida) en la que estuvimos muy a gusto. San Diego está tan cerca de México que el mismo ‘trolley’ público lleva hasta San Ysidro, donde se encuentra el puesto fronterizo, y mucha gente (locales y visitantes) se va de fin de semana al otro lado, donde todo es mucho más barato. Allí que fuimos nosotros con nuestras mochilas el día 24 de mayo, pasamos el puente peatonal con la famosa valla en el horizonte, rellenamos la tarjeta turística, pagamos los dólares de rigor y, casi sin darnos cuenta, estábamos en México, nada más y nada menos que en Tijuana.