20 julio-6 agosto
Después del recorrido por México y Guatemala, nuestra primera idea era atravesar Centroamérica en bus en unos 20 días, sin detenernos demasiado en ningún país, y enlazar con Sudamérica desde Panamá. Pero, por circunstancias de la vida, acabamos pasando 15 días en Honduras y volando de allí a Perú.
Principalmente, esas circunstancias de la vida eran mi madre y Fernando, que, a pesar de las cosas terribles que les habían dicho sobre el país (¿por qué la gente es tan exagerada y habla tanto?), se habían atrevido a coger sus maletas y venirse a vernos 🙂
Llegaron algo temerosos, pero en unos días se soltaron y hasta acabaron regateando por un euro, como los veteranos 🙂 Y, gracias a ellos, nosotros disfrutamos con calma de un destino donde los turistas son bichos raros.
SAN PEDRO SULA
Llegamos a San Pedro Sula el 20 de julio, tras enlazar dos buses desastrados (en el primero entraba la lluvia por las ventanas), para esperar allí a nuestros visitantes, que aterrizaban al día siguiente. A nosotros nos impactó su ‘ambiente nocturno’ y eso que veníamos rodados, así que pronto decidimos que sería un lugar de paso…
Recorrimos la ciudad, fichamos sitios para ver y comer y, por fin, ¡pude achuchar a mi madre! 🙂
Los siguientes días en San Pedro estuvieron marcados por el jetlag de los dos recién llegados (que amanecían antes que el sol) y por su inmersión en la cultura hondureña, a saber: la comida sin pan sino con arroz, la fruta que sabe a fruta de verdad, la animación de mercados como el de Guamilito, el jaleo de la calle y la plaza, las marañas de cables en los postes, los boquetes en la acera a modo de alcantarillas, la gente vendiendo de todo en cualquier lado, los cambistas… Todo eso que nosotros ya casi consideramos normal y que ellos nos ayudaron a ver otra vez con ojos nuevos.
LOS NARANJOS Y EL LAGO YOJOA
Pero si andaban alucinados con la vida callejera, los dos novatos no sabían lo que se les venía encima. Eran reticentes, pero sus caras de alucine al vivir (y disfrutar) la experiencia autobusera local fueron geniales. Porque aquello era Honduras en todo su esplendor, con el ayudante gritando por la ventanilla como loco («Peña Blanca, Río Lindo, Mochitoooo!!!»), la gente viajando con bultos, niños y mercancías varias, un pseudo-payaso actuando en directo, los vendedores de comida y refrescos, la música a todo volumen, el traqueteo sin fin, la polvareda del camino y los paisajes alucinantes que desfilaban por la ventanilla. Fue el primero de varios viajes memorables, en los que incluso comprobamos que es perfectamente posible comer con ambas manos mientras se conduce con los codos por una carretera llena de curvas sin matar a ningún pasajero o vaca por el camino…
Los Naranjos, a orillas del lago Yojoa, supuso el primer contacto con la zona de selva hondureña. Frente a la gran ciudad, este pueblito rodeado de verdor nos trajo calma y tranquilidad, paseos al atardecer cuando todos los lugareños salían a la calle a charlar, descanso en el jardín tropical del hostal, cerveza artesana, excursiones al lago y a las cascadas de Pulhapanzac con baño en el río incluido y algún apagón que nos obligó a cenar y volver a la cama a la luz de las velas.
COPÁN
El 25 de julio volvíamos a saltar de bus en bus para llegar a Copán. Tras la Honduras profunda y auténtica que habíamos visto hasta entonces, en esta ciudad de callejuelas empedradas y casas coloniales nos encontramos con los primeros turistas (casi todos de paso de Guatemala). Pasamos allí un par de días, tiempo justo para ver las dos zonas de ruinas (Copán y Las Sepulturas), que nos gustaron mucho. Entre guacamayas y selva, se pueden ver templos y estelas que destacan por su decoración e inscripciones, árboles enormes anclados en los restos, habitaciones, zonas de reunión y tumbas, escaleras labradas y mesas de sacrificio.
TELA
El recorrido siguió el día 27 de vuelta al norte, hacia Tela. Y de vuelta también al típico pueblo caótico de casitas bajas y lugareños bulliciosos. Aun así, la playa y el aire relajado tenían su encanto. Además, desde allí pudimos conocer una cultura única, la garífuna. Estos descendientes de esclavos africanos y caribes subsisten en algunas zonas de Honduras como Tornabé, un pueblito muy cerca de Tela con una playa inmensa de arena oscura. Nos encantó su amabilidad y cercanía, sus sonrisas constantes, la calma que se respiraba en todas partes y las señoras con sombrero comiendo en la iglesia. Ni siquiera perdieron el buen humor cuando el autobús nos dejó tirados en un pueblo a medio camino y, entre risas, bajamos todos (conductor incluido) para esperar al siguiente.
WEST END (ROATÁN)
Habíamos organizado nuestro viaje para pasar los últimos días en las playas caribeñas de las islas, al norte de Honduras. Hacia allí fuimos el día 29 de julio, primero a La Ceiba en bus y de allí en barco a la isla de Roatán. Unas cabañas-apartamento y un primer vistazo a la playa nos confirmaron que aquel era uno de esos paraísos que uno encuentra casi de casualidad. Cuando viajas tanto, hay muchos sitios que te encantan, pero hay unos cuantos escogidos en los que te quedarías. Y West End fue uno de ellos. Sus playas, las increíbles aguas azules de la cercana West Bay, tomarse una cervecita tranquila en el porche de casa o una baleada «donde Cindy», ver atardecer desde el kayak en mitad de la bahía… En la vida no se puede pedir mucho más.
Pero, como extra, allí vivimos una de las experiencias más bonitas del viaje: nos sacamos la licencia PADI de buceo. Para ello, pasamos cuatro días de teoría e inmersiones que disfrutamos como niños, adentrándonos en un mundo de luces azules que nos enganchó para siempre. A mi madre y Fernando les ocurrió lo mismo pero en formato snorkel (si están en la isla un par de días más les salen escamas) y Roatán acabó convirtiéndose en el broche de oro para todos.
Por desgracia, eso también significaba que tenía que acabar y el 6 de agosto era la fecha de la despedida. Con mucha penilla, de vuelta en San Pedro Sula nuestros caminos se separaron. Ellos se subieron a un avión «tormentoso» hacia Madrid vía Miami y nosotros buscamos un sillón cómodo para pasar otra de esas noches nuestras en aeropuerto. Al día siguiente salía nuestro avión a Lima. Nos esperaba Perú con sus alturas, su deliciosa comida, su herencia colonial, sus alpacas y el todopoderoso Machu Picchu, uno de esos lugares soñados por cualquier viajero.
Más fotos de Honduras en nuestro álbum de Flickr, aquí
Q BONITO!!! SOY HONDUREÑA Y ACTUALMENTE RESIDO EN ESPAÑA, Y ES MUY TRISTE QUE SON POCAS LAS PERSONAS Q SE ATREVEN A HABLAR DE LAS COSAS BUENAS Q TIENE MI PAIS, QUE NO TODO ES ALTA CRIMINALIDAD COMO LO PINTAN!! DISFRUTE MUCHO A TRAVEZ DE VUESTRAS FOTICOS!!! GRACIAS
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