6-15 julio
Las cosas no empezaron nada bien en la vuelta a México lindo, uno de los países que más hemos conocido y querido en este viaje. De hecho, comenzaron con un gran cabreo/disgusto. Es lo que pasa cuando llegas a las 7 de la mañana al aeropuerto sin haber dormido apenas, con los ojos aún medio abiertos y hecho polvo, te metes a un metro repleto con la única idea de encontrar una cama, y al salir del vagón te das cuenta de que te han robado el móvil del bolsillo. No sólo el móvil, no sólo el instrumento indispensable para mantener contacto con el otro lado del mundo y para escribir este blog, sino también las mil cosas irrecuperables que había en su interior: recetas de todo el mundo, fotos, escritos, borradores de posts e información útil (por ejemplo, los gastos organizados de todo el viaje por categorías con estadísticas y todo). Cuando dejamos de palparnos los bolsillos con cara de incredulidad (de gilipollas, vamos) empezó nuestro periplo burocrático (con las mochilas a la espalda) para, al menos, presentar una denuncia.
Pasamos de la seguridad del metro al centro de vigilancia del mismo, de ahí a la central de cámaras, donde vimos vídeos de nuestro recorrido por el metro sin poder identificar al cab… ladrón, después al departamento jurídico y finalmente a la oficina de atención al turista. Salimos de allí con una denuncia surrealista e incomprensible que luego hubo que rehacer (os ahorro los detalles) y nos desmoronamos en la cama. El mal rato duró unos cuantos días y de algún modo marcó el fin de la estancia en D.F. Pero el horizonte auguraba cosas buenas (el karma siempre compensa), así que el 8 de julio nos tomamos un café con Chio, nos devolvió nuestra mochila y subimos a un bus rumbo a Oaxaca, a donde llegamos ya de noche.
OAXACA
Definitivamente, julio era el mes de los reencuentros. En Cuba fueron los cuatro fantásticos logroñeses, a finales vería a mi madre (¡! :D) y, en medio, en Oaxaca, quedamos con mi primo Pedro, al que quiero mucho desde que éramos pequeñajos y trasteábamos en Navidad 🙂 y que trabaja en México desde hace varios años. Él curra en Juchitán de Zaragoza, pero quedamos en Oaxaca para aprovechar el fin de semana en la ciudad. Se vino con tres amigos, Sergio, Brenda y Arlette, y los seis nos dedicamos a disfrutar de los principales atractivos de la ciudad y sus alrededores: las cascadas petrificadas de Hierve el Agua, con sus piscinas naturales, los yacimientos arqueológicos cercanos (que Arlette nos explicó estupendamente como buena arqueóloga imaginativa ;P) y, por supuesto, ¡el mezcal! Lo pasamos muy bien y salimos un poco de juerga, que nos teníamos muy abandonados en ese aspecto 😉
JUCHITÁN DE ZARAGOZA
A Juchitán sólo se llega por una carretera de un millón de curvas, que además nos pilló en pleno aguacero de tormentas. Las vistas (cuando la lluvia dejaba ver algo) resultaban espectaculares, aunque era ya de noche cuando Pedro aparcó la pick-up en la puerta de su casa. Pasamos sólo un día en este curioso pueblo de los muxes, pero Pedro nos cuidó de maravilla (un besazo enorme, primillo) y gracias a él pudimos explorar una cueva con miles de murciélagos y una cascada, bañarnos en la poza natural del Tolistoque, ver de cerca los molinos de viento, comer pescado delicioso, visitar la laguna interior desde Santa María Xadani y reírnos con la locuela y diminuta Electra (una perrilla chihuahua que ahora ya vivirá feliz en Logroño, en su cunita de leopardo y rebautizada como Charito :P) El día 11 por la noche tocó bus de nuevo… Esta vez fueron 6 horas y llegamos por la mañana a San Cristóbal de las Casas.
SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS
De todos los estados que hemos visitado en México, quizás Chiapas sea el más peculiar. Morelia ya nos sorprendió con sus pueblos purépechas, pero el ambiente tradicional e indígena de esta zona sur es único. En San Cristóbal hacía frío y llovía (y perdimos un día completo en rehacer la denuncia, grrrrr) así que tuvimos que arriesgar nuestra vida resbalando por sus callejuelas empedradas… en chanclas (las zapatillas sufrieron problemas de goteras en la visita al Tolistoque). Aun así visitamos mercados e iglesias (vivimos el día de San Cristóbal con bendición de taxis incluida en la iglesia de San Cristóbal del pueblo ídem :P) y nos escapamos a San Juan Chamula, donde entramos en uno de los santuarios más impresionantes que hemos visto jamás. Era una iglesia reconvertida en otra cosa, sin bancos, los santos apilados contra las paredes, como espectadores, con el suelo cubierto de hojas de pino, velas y ofrendas. Los lugareños, vestidos con trajes tradicionales de lana, se sentaban en el suelo rezando y cantando en una lengua desconocida. Aquel lugar estaba lleno de fuerza ancestral, de anhelos, creencias y espíritus tan ajenos a nosotros… Cuando salimos de nuevo al sol de la plaza fue como si volviésemos de un paseo por otro mundo o por otro tiempo.
PALENQUE
De vuelta a la realidad y al autobús, el viaje continuó el día 14 de julio hasta Palenque. Allí tuvimos una despedida de México a lo grande. Llegamos a la ciudad de Palenque de noche, pero nosotros queríamos alojarnos en El Panchán, una zona a medio camino de las ruinas donde se podía dormir en cabañas. Al bajar del bus nos encontramos con Jonathan, un chico mexicano que tenía los mismos planes, así que entre los tres nos pillamos un taxi. Tras ver un par de sitios y buscar el más barato, como siempre, conseguimos una cabañita en medio de lo que debía ser selva pero que entonces sólo era negrura. Por la noche se escuchaban los ruidos de los animales (hasta jaguares oímos) y sapos enormes te saludaban al ir hasta los baños por los caminitos entre la vegetación. Al despertar nos encontramos realmente en la jungla, pese a las casitas, los baretos escondidos entre la maleza y los turistas despistados que nos perdíamos una y otra vez tratando de encontrar la salida de aquel laberinto verde.
Y, si el alojamiento era increíble, las ruinas superaban todas las expectativas. El yacimiento de Palenque es enorme, con un museo completísimo, un entorno natural precioso y templos muy bien conservados. El juego de pelota, el Palacio, el Templo de las Inscripciones y el grupo de Las Cruces, desde donde se ve toda la zona. La estancia en el país del picante terminó con otra noche en la jungla, charlando tranquilamente con Jonathan hasta que todo estuvo oscuro, los animales empezaron su sintonía y se puso a diluviar. Ni siquiera había había amanecido cuando tomábamos el bus hacia la frontera con Guatemala.
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